Pósters pegados con cinta adhesiva,
quemados en las paredes. El oso
de peluche cerró los brazos, y
casi cualquier cosa quemada en la cama.
Las antiguas tarjetas de estudiante,
tarjetas de vacaciones y tres poemas
pasados a limpio quemados en el interior
del cajón de la mesita de noche.
Lo hice dieciséis años, llegó el verano y
los bomberos no tuvieron ninguna manera
humana técnica y suficiente.
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