Dulce Madre del Valle, la de entornados ojos: con cuanto amor mi
alma en la tuya se extasía para llenar tus manos de luz y de ambrosia.
.
Tuya es mi mente. Madre; tuyo lo más sagrado que mi pecho encierra;
lo ofrecí desde niño cuando a tus pies postrado, tímido, emocionado,
en mis manos llevaba las flores del cariño.
Yo me acuerdo de Ti, sí, en mi dulce inocencia cuando en tus dulces
ojos se encontraban los míos, y mirándote fijo brillaba en mi
conciencia el faro de tu amor haciendo claros mis días.
Y yo rezaba, sin murmurar plegarias, como rezan los niños cuando
son inocentes, pidiendo en mis sollozos fueras intermediaria, ante
el excelso trono del Dios, bueno y clemente.
Y pasaron los años, después de largos sueños. mis pasos te siguieron
entre espinas y cardos, cuando esfuerzos ingratos tronchaban mis
ensueños, Tú me dabas aliento con tus manos de nardos. Cuajo un
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