Los padres no existen, son viejas armas de guerra, excusas falsas para
evadir la sensación de estar solos. Los aeropuertos repletos de gente, las
ventanas abiertas gritando corrientes infinitas de aire. Un estómago que
corre y se sostiene apenas, grita y gime escondido en sí mismo. No te
vayas nunca, no te vayas nunca. Un estómago que araña su textura, su
manía de latir hacia el cielo. La inmensa bóveda de soledad se abre en
dos, en tres, no te vayas nunca, me quedo contigo, la cama se hace dos
veces ella, no te vayas nunca.
Once veces caminaré la misma vereda roja, roja, de azúcar y distancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario